miércoles, 8 de mayo de 2019

LA MOLIENDA DEL REY DEL CEREAL

RESTOS Y TRANSFORMACIÓN DE LA FABRICA DE HARINAS DE ABARCA



La necesidad de moler y triturar alimentos ha llevado al hombre a idear sistemas en los que el esfuerzo físico requerido fuese disminuido o suprimido. Por épocas, las fuentes de energía aplicadas a la molturación (proceso aplicado a los productos de la tierra para extraer sus jugos, en este caso, a los cereales) fueron el agua, el viento, la tracción animal o humana, el vapor, los gases, el diésel y la energía eléctrica. Era el molino, el ingenio hidráulico de la arquitectura popular, situado en un río o arroyo de poco caudal y a merced de las piedras o muelas, ruedas, rodetes y tolvas, el que junto con las habilidades del molinero y el impulso de la energía del agua daba la harina como resultado encontrándose en casi en todas las poblaciones.

En Tierra de Campos "granero de España" le dicen, la agricultura cerealista ha sido la base de su economía y el trigo, el rey. Materia prima de la harina, el trigo en sus variedades pasa por un proceso largo y laborioso de selección de semillas, cultivo, recolección, trillado, molienda y cernido, siendo el tipo "candeal" el más valorado.



Llegó un tiempo en que la molienda pasó a ser actividad de las fábricas de harina, edificios destinado a la molturación de cereales panificables en grandes cantidades y que surgieron del desarrollo del capitalismo y empresarial. El Canal de Castilla y su aprovechamiento fue el gran aliado para que surgieran éstas instalaciones, edificios de gran volumen, singular arquitectura y maquinaria exclusiva. A día de hoy, la mayoría de estas fábricas aparecen abandonadas en el paisaje y casi derruidas, las menos, han sido recuperadas como recurso activo cultural y turístico, como es el caso de la Fábrica de Harinas de Abarca de Campos, provincia de Palencia. "La Fábrica del Canal" se convirtió en 2015 en un espacio gastronómico, museo, centro cultural y comercial. La vieja maquinaria industrial es hoy parte del decorado. 







Básicamente, la organización vertical y de altura de una fábrica de harinas consistía en elevar el grano mecánicamente y por su propia gravedad, descender a través de las distintas plantas mientras se realizaban las fases de limpieza, molienda y cernida en una completa automatización del proceso. Desde la descarga del trigo en los atrojes del piso bajo y mediante elevadores, era conducido al piso superior para su limpieza en las tarazas y posterior conducción a los depósitos destinados a la molienda y siguientes procesos: trituración, disgregación y compresión para finalmente derivar en polvo, polvo fino, harina.








Las harineras de la Meseta castellana tuvieron su máximo esplendor en la segunda mitad del siglo XIX; en la década de los 50 del siglo XX se alcanza la cifra de 1900 fábricas en activo. Es a partir de los años 60 y 70 cuando comienzan a desaparecer entre otros motivos, por la reducción del consumo de pan y el cierre de los mercados extranjeros donde colocar los excedentes, lo que provoca una fuerte crisis del sector que obliga a muchos empresarios a cerrar sus fábricas o en el mejor de los casos, a concentrar sus industrias.