Una vez en el terreno pongo todo mi interés y atención en las señales del entorno y en su geometría con la premisa de que mirar es la primera condición para aprender, independientemente de lo disperso del espacio.
Me gusta, por automatismo sensorial, la España húmeda del Norte por sus paisajes formales con esencia y cultura popular, con realidades que se pueden describir y gozar sin los agobios de otros lugares turísticos más ofertados.
Un acercamiento al pueblo cabuérnigo de Terán, en Cantabria, ha sido una de las pintorescas experiencias de principios del otoño. Un municipio diverso, rico por el paisaje e interesante por su patrimonio a distintos niveles.
En el barrio de Villanueva, vinculado a la iglesia de Santa Eulalia y levantada en el siglo XVIII sobre un antiguo monasterio, se mantienen un conjunto de construcciones muy antiguas y vinculadas a la historia del municipio. El colegio Manuel Llano edificado en 1887; la neoclásica Escuela Central declarada Bien de Interés Cultural; la Casa llana renacentista; el Cementerio y todo un espacio verde poblado de castaños y considerado de enorme valor paisajístico. Es Conjunto Singular en el inventario de árboles de Cantabria.
Hasta Miguel de Unamuno tiene su rastro en "La Castañera", un parque acogedor y de una extraña belleza. Grandes árboles, castaños en pie o troncos caídos centenarios que han resistido al tiempo, a las inclemencias atmosféricas, a las enfermedades y a la mano del hombre.
El castaño requiere de suelos profundos y húmedos; es un árbol caducifolio que alcanza hasta 30 metros de altura. De tronco grueso y hojas alargadas, sus flores se recolectan en primavera y el fruto, las castañas, entre octubre y noviembre.