En su origen se llamó San Pedro de la Espina por las dos reliquias principales que allí se veneran; más tarde pasa a llamarse, Santa María de San Pedro de la Espina por la costumbre cisterciense de que la Santísima Virgen presidiera sus casas y que por razones de uso, adopta con el tiempo el nombre actual de Santa María de la Espina. Fue declarado B.I.C. en 1931.
El monasterio se encuentra en el municipio de Castromonte, provincia de Valladolid y está considerado uno de los más antiguos y renombrados de Castilla y León. Fundado a principios del siglo XII por Doña Sancha de Castilla en lo que era uno de sus palacios de recreo y destinado a ser ocupado por la Orden del Cister. San Nirvano llevó a cabo la obra de fábrica por encargo de su hermano, San Bernardo, y conforme a los planos de la célebre Abadía de Claraval. Las escrituras de la fundación llevan fecha de 20 de enero de 1147 por lo que este año ha cumplido su 870 aniversario. Los monjes lo poblaron hasta que fueron obligados a abandonarlo durante la Desamortización. Vinieron luego otras etapas difíciles para su subsistencia hasta que en 1886, la marquesa Doña Susana de Montes y Bayón funda una Escuela Pública y Asilo para pobres que pone a cargo de los Hermanos de la Salle.
En 1954 nace la Escuela de Capataces Agrícolas. En 1975 se introduce la Formación Profesional Agraria y en la actualidad, es un centro público dependiente de la Junta de Castilla y León especializado en Ciclos Formativos de la Rama Agraria y Alimentaria.
Un Rincón de Castilla es un libro delicioso de leer, monografía de Antolín Gutiérrez Cuñado -Reseña histórica del Real Monasterio de Santa María de la Espina, y descripción de la fundación "Escuelas Primaria y de Agricultura con Asilo de Huérfanos- al que el autor puso "FIN, en León, festividad de la Anunciación de la Santísima Virgen, 1912". Obra histórico-literaria donde el autor describe el lugar en estos términos:
"Oculto entre empinados cerros y abruptas laderas, en medio de agrestes montes, se levanta severo y majestuoso el Monasterio de la Santa Espina, a legua y media de Villagarcía...
Al salir del monte por el lado de Tordehumos, después de haber atravesado por un camino incómodo, lleno de piedras y a trechos borrado, con la vista cansada sin ver ningún horizonte, andando siempre por entre continuos encinares y robledales, trocóse de repente la decoración, apareciendo como de sorpresa el grave Monasterio en el fondo de la confluencia de dos valles.
Iluminaba el paisaje la luz de un sol estival. Las airosas torres gemelas renacientes, que tienen algo de la esbeltez gótica; la cerca de piedra con almenada crestería y anchos cubos por ramas de hiedra tapizados, que da al monasterio aspecto de aparente fortaleza... la apiñada arboleda del soto... los altos fresnos y la copudas acacias; las aguas del estanque que reverberan la luz del sol, como un inmenso espejo... el arroyo bullidos... todo ello en medio de un ambiente embalsamado... y todo en tan proporcionado conjunto, tanto más agradable cuanto menos esperado en aquellas monótonas soledades, que la visión de aquel encantado lugar antojábasenos un verdadero oasis en medio de las áridas llanuras castellanas..."
LA SANTA ESPINA DESDE EL EXTERIOR
Construido entre los siglos XII al XVI y de estilo románico-gótico, la iglesia es una de las piezas claves de este monasterio. Sobre el lugar de la primitiva iglesia fue construida la que hoy conocemos. Comenzó a edificarse en 1546. Un gran cimborrio en el crucero, ventanales de vidrios de colores, dos torres gemelas y dependencias en varios estilos. El arte religioso y el latir de la nobleza castellana se entremezclan por sus bellas y soberbias estancias. La gran muralla exterior que rodea todo el recinto fue construida en 1550. La puerta monumental que da acceso a los jardines se hizo en 1574 al igual que la hospedería y a su lado estuvo la portería, llamada en los documentos Torre de los Montaneros; aquí permanece un monolito que recuerda el encuentro de Felipe II con Don Juan de Austria "Jeromín" el 28 de septiembre de 1559.
En 1731, un incendio devastó la biblioteca y otras dependencias de gran valor histórico y artístico. Tras este desastre se levantaron los dos claustros y la fachada del templo.
LA SANTA ESPINA DESDE EL INTERIOR
De las primeras obras del conjunto monástico del siglo XII quedan la sacristía, una capilla rectangular y la espectacular sala capitular, sin duda, de los recintos más hermosos y valorados.
En el siglo XIV se levanta en la iglesia la capilla funeraria de los Vega (gótico flamígero) donde reposan los restos de los fundadores y de los años cincuenta data la capilla de San Rafael donde está enterrado Rafael Cabestany, fundador de la Escuela de Capataces. La capilla mayor con linterna ochavada, es renacentista. Tiene dos claustros: el de la hospedería y el reglar ambos del siglo XVII. El siglo XIX fue especialmente cruel con el monasterio de la Santa Espina. La invasión francesa se llevó muchos tesoros artísticos. Durante la guerra civil se destinó a campo de concentración y desaparecen los grandes relieves renacentistas en alabastro del retablo original, obras del palentino Francisco de Giralte; fueron localizados en París y adquiridos por el Estado a mediados del siglo XX y se encuentran hoy en el Museo Marés de Barcelona.
LA CAPILLA DE LA RELIQUIA
Uno de los motivos del Real Monasterio de la Santa Espina es la reliquia que le da nombre contenida en un hermoso relicario y que según la creencia, perteneció a la corona que llevó Cristo en su pasión. Antolín dedica todo un capítulo en su libro a describir su composición, estudios realizados, tradición, milagros y devoción muy celebrada en toda Castilla. La opinión común con más visos de certeza que describe es que la espina aquí venerada corresponde a la planta originaria de Siria, zizyphus spina Christi en castellano, azufaifo. La magnífica pieza artística del relicario se custodia en la capilla del siglo XVII diseñada por Francisco de Praves.